Te esfuerzas en
evitar su nombre, en evitar recordarle, en huir de los recuerdos; pero entonces
un día escuchas, ves o recuerdas algo que te lleva directamente a él, y
entonces sus recuerdos vuelven a tu cabeza a la velocidad de la luz (o incluso
más rápido). Y no te queda otra que aguantar. También en ese momento te
planteas si a él le ha pasado lo mismo, si en algún momento también te ha
echado de menos, te viene a la cabeza esa frase de nuestras huellas dactilares no se borran de las vidas que tocamos,
¿Entonces qué, siempre vas a recordarle? ¿Siempre te va a recordar él a ti? Si
algo he aprendido de la física es que todo es relativo, tal vez tú te mueres de
ganas de volverle a ver, por mucho que lo hayas intentando no le has olvidado,
pero tal vez él ya ni se acuerda de ti. Tal vez todo sería diferente si en su
momento el orgullo hubiera desaparecido (o lo hubiéramos eliminado), pero ahora
solo queda aguantarse y esperar a que los recuerdos, sin previo aviso, vuelvan
a tu cabeza, y cuando eso pase te darás cuenta de que el invierno este año va a
ser más duro.